miércoles, 14 de marzo de 2012

Para ir dibujando un diálogo a dos pinceles entre disputas, reflexiones, complejidades y necesidades de criticidad

Memorial de agravios y profecías, para leer entre líneas, acaecidas en el siento y pienso de JaiMón Von Xlitler para propiciar en la persona de Movitz Potemkin, previamente ataviado con el título de Don Quijote de la Mancha, las ganas necesarias para emprender la noble empresa de llevar a cabo un diálogo cartesiano, espinoziano, kantiano, platoniano, nietzscheano, zapatista - y de uno más que otro colado que con pretensiones komanileleras se ha incluido directa o indirectamente -, sobre el quehacer de la reflexión, la criticidad y la praxis política.
Carta primera que busca también incluir a más querides y distinguides acompañantes que quisieran emprender el komon jbetike (camino en común).

CAPÍTULO 1:
Aunque parezca que no tiene nada que ver, tiene mucho que ver; o de cómo cantinfliar con sentido, para colocar y engrasar los engranes de la discusión.

La pluma es lengua del alma;
cuales fueren los conceptos que en ella se engendraron,
tales serán sus escritos.
Don Quijote de la Mancha bats´i ta melel (el verdadero)

Cuando tenía 8 años comencé a usar lentes. La maestra había mandado llamar a mis padres porque decía que cada vez que tenía que leer algo del cuaderno hundía el rostro en el texto como si pretendiera comerlo.

Fuimos pues a que me checaran los ojos…

Como toda visita al médico el ritual comenzó haciendo honor a la función de la sala en las que viejas copias de Condorito, TvyNovelas y Hola! son amas y dueñas del espacio. Espera lenta con el letargo de haber comido de prisa en un despliegue de apresuramiento por llegar tarde y ahora relajarse forzosamente al compás de las manecillas de un reloj de gato que mueve los ojos y la cola, mi madre que masca su acostumbrado chicle clorets verde y el sol que al descender entra por la ventana a dar su última caricia de tibieza antes de esconderse entre los edificios. Yo hundido en un sillón que me queda grande, viendo sin ver. Vistiendo todavía el uniforme de la escuela: playera blanca y jeans, olor a sudor seco de niño que pasó su recreo revolcándose en el pasto.

En el deambular de mi mirada entre vagos parpadeos que se intentan sincronizar con el tick tack del gato, descubro un cuadro. Tal y como apuntaba mi maestra, tuve que acercarme para poder distinguirlo bien.

De cerca, casi oliéndolo, el dibujo me habló haciendo que me hablara a mí mismo, con voz silencia y en un lenguaje ininteligible a los demás. Era como si viera reflejado en ese lienzo blanco y negro el pensamiento que con recurrencia llegaba a mí, mientras por las noches posaba en la cama en espera de que el sueño me invadiera. Pensaba que si al vencerme el sueño estaría realmente despertando en otro mundo, en otra realidad, que si yo vivía en el sueño de mis sueños, si cada dormir era realmente un despertar, si existía yo en otros planos, como cuando te ves entre dos espejos y es difícil distinguir cuál es el reflejo de cada, en ese ininterminable juego de repeticiones.


Surgieron preguntas, una vez más en silencio y articulados en un lenguaje oculto a los demás, no-naguatlahtoli (mipalabraocul. A lo mejor no tan claras como lo parecen ahora, pero que en esencia son lo mismo.

¿Es la realidad un espejismo? ¿Qué es la realidad? ¿Qué es observar-nos? ¿Qué es eso de entablar un diálogo con nosotres mismes? ¿Qué es la existencia?

Esas reflexiones se han mantenido como compañeras desde entonces. Nunca hablé con nadie del cuadro, ni pregunté de quien era ni nada. No me importó. Mientras tanto nos seguíamos encontrando de vez en cuando en las visitas que hacía al oculista, en una complicidad cuasi clandestina entre él y yo.

Pasó el tiempo, transcurrieron consultas. Tras tres cambios de lentes había llegado la secundaria. Clase de física. Como tarea tenía que exponer en equipo El gato de Schrödinger:

Algunos videos que explican la paradoja:

Mi compañera y vecina Ania nos salvó diciendo que su papá tenía información al respecto en un libro de física. Fuimos a comer a su casa luego de la escuela y nos enseñó su libro. Tenía en la portada esta imagen:


Ahí decía el nombre. Supe que el autor era el mismo de mi cuadro amigo, Maurits Cornelis Escher, y que sí que compartíamos preocupaciones. En el libro pude conocer también otras imágenes de él que han sido compañeras también desde entonces, con buena parte de su obra.

Lo expuesto además en la paradoja de Schrödinger y las pláticas desde entonces he tenido con mi amigo Elfego, que ya desde esos años mozos tenía en su ch´ulel lo mecánicacuantiquero, propiciaron a que esa preocupación, esa necesidad de reflexión constante al respecto del mega viaje de la existencia, sobre el pensamiento y el observar, sobre construir interpretaciones y formularlas en lenguaje, de interactuar e inteligir el mundo, sea una de las principales bases de quien soy.

Lo que implica el ver, el no ver, el depender de lentes y las consecuencias de todas las anteriores; Reflexiones de un mediocampista.

Desde chiquito me gustó el futbol. Tuve dos principales circunstancias que determinaron fuertemente la manera en que lo practicaba:

La primera es el hecho de que mí papá me recomendaba muy efusivamente que no cabeceara el balón sino quería quedarme turulato por tanta pérdida de neuronas, cosa que me preocupaba bastante y resultó en que no aprendí a cabecear para nada.

La segunda es el hecho de necesitar lentes. Lo mío era astigmatismo con un poco de miopia, osea que no veía ni cerca ni lejos. Lo de ver realmente no me importaba, sentía que lo hacía bien, me acostumbré a andar por el mundo sin lentes. El problema era cuando leía o fijaba mucho la vista, ahí si no usaba lentes era invadido por un dolor de cabeza de ese que te tumba. Entonces bueno, para leer y ver la tele los lentes no faltaban, pero pa cualquier actividad, sobre todo si era un deporte, se quedaban posando sobre la mesa.

Así pues fue con el futbol. Me acostumbré a jugar sin lentes.

Me fue bien, la armábamos chido, en la escuela y con los cuates. Se volvió parte importante de mi vida. Incluso una vez ganamos el torneo del pavo de mi escuela, una contienda entre equipos mixtos de los 3 grados de secundaria, trabajadores de la escuela y maestros, que se hacía a fin de año y en el que el ganador llevaba un pavo a su casa pa navidad.

El futbol se convirtió entonces en una base muy importante para mi socialización. Como yo no veía bien, mi rango de acción era muy cercana y me acostumbre mucho a jugar viendo hacia abajo, un error según algunos de los entrenadores. Al no alzar tanto la mirada y tener un rango de acción muy concentrado, el portero nunca significo un enemigo directo, por lo que cuando me hallaba frente a él, en ese duelo decisivo, yo continuamente la cagaba. Eso me hizo acostumbrarme a jugar en el medio campo, posición en la que es necesaria la preocupación por el proceso del juego, por el fluir del equipo, a su comunicación. Creo que aquello influyó mucho mi forma de sentirme en grupo, mis preocupaciones hacia los demás. Eso me dio una necesidad constante de dialogo, de colaboración.


CAPÍTULO 2:
Y pa qué tanto choro, por qué no es mareador

¿Estarás siempre del otro lado del cristal?
¿estarás siempre del otro lado de allá de mi acá
y yo siempre estaré del lado de acá de tu allá?
Don Durito de la Lacandona




Aprovecho pues que nos convoca el arte, el juego de representaciones y los viajes personales pa invitar al diálogo, a un desafío en común que busca nutrirse de perspectivas para entender más profundamente, para comprender de manera más compleja. Después del megaviaje, el megadiálogo.

Junto con Martín hemos pensado en entrar en conjunto en la discusión de conceptos y proponer posturas con las que les damos significación. Entrarle también a cuatro manos para intentar apoyarnos en buscar hacer un trabajo más crítico, comenzando por tratar de revisar lo que entendemos por criticidad, un ejercicio que considero que plantea el desdoblarnos y ver qué tanto de qué tenemos dentro, qué tanto nos influencia cada cual cosa que nos habita y qué sentido le damos.

Para mí entraría como parte de mi tesis en el

- CAPÍTULO 4 - ENTRE DISPUTAS, COMPLEJIDADES Y NECESIDADES DE CRITICIDAD; LOS RETOS DEL LEKIL KUXLEJAL EN UNA DISPUTA POR LA SIGNIFICACIÓN Y EL ACTUAR

Creo que es muy importante hacer la reflexión y si lo podemos hacer en diálogo creo que podría ser mucho más rico. A veces tengo la piedrita en el zapato de pensar que mi trabajo no es del todo altamente crítico, porque creo que por postura hay cosas a las que he decido entrarle y otras pasarlas por alto. Pero de todas maneras considero que sí busca abonar a una reflexión crítica o una conciencia crítica como dicen (o por lo menos eso creo).

Van entonces algunas ideas sueltas que me han ido surgiendo y que creo que podrían abonar al diálogo:

• Cómo hacer la criticidad no indolente, no arrogante sino comprometida, transformadora, respetuosa, posicionada.

• Qué entendemos por criticidad y cómo la intentamos aplicar. Desde dónde buscamos esa ruptura que implica entrar en crisis con algo y tratar de transformarlo.

• ¿Nos dicen algo las palabras suspicacia y perspicacia?

• Es necesario preguntarnos por qué hacemos lo que hacemos, quiénes somos y de dónde venimos

• Desde dónde va nuestra mirada, hacia dónde va, con quiénes, cómo.

• En qué manera estas preguntas determinan lo que pensamos por criticidad

Considero también que es importante ahondar en la importancia de reflexión sobre la praxis y el discurso, eso que hablábamos el otro día, la necesidad de criticidad en los movimientos sociales.

Yo al respecto diría lo siguiente: Considero que el ser críticamente implica el tratar de tener un teorema de anclaje, un hacia donde nos impulsemos y poner el ancla que nos va a jalar hacia adelante, es decir, una utopía, un horizonte, algo que nos diga estos son los lineamientos. Y entonces el ejercicio de criticidad es la reflexión, el ejercicio de intentar ser congruente con ello, de tener esas rupturas necesarias para llevar a la práctica lo que uno piensa, el ser en un pensamiento, un corazón y una voz; que haya unidad entre lo que pensamos, sentimos y hacemos.

Pero como decíamos, no toda congruencia implica criticidad ¿toda criticidad implica congruencia?…

Entonces regresamos a la pregunta: ¿qué es la crítica, qué implica y cómo se ejercita?

Creo que ahí lo dejo, con otro dibujo sugerente:


… Ti jbetike nat to sk´an kermanotak

3 comentarios:

  1. No me acuerdo cuando me di cuenta de que necesitaba lentes, pero sí cuando lo negaba. Como había sido un buen alumno para aprender los roles de género asignados, me gustaba sentarme hasta atrás en los salones en la escuela. El único problema es que estaba muy lejos del pizarrón, y los maestros - y, desde luego, las maestras - escribían con letras tan chiquitas. Lo bueno es que tenía unas amigas – no sé qué hacían hasta atrás, pero ahí estaban - que tenían una vista de águila. Una de ellas me decía que yo veía mal, pero no hacía caso a comentarios tan fuera de lugar.
    Cuando iba a sacar mi licencia de manejo, en la misma época, tenía que pasar un examen de vista. Por suerte mi padre es médico, y lo podía hacer él. No me iba tan mal, el único problema es que había una luz que me estorbaba, por lo que mi padre me permitió que me acercara un poco. Fue suficiente para que pudiera ver todas esas letras chiquitas, si me esforzaba.
    El día que por fin me di cuenta de mi miopía - como te dije - se me ha olvidado, pero sí me acuerdo del momento de dejar la tienda de lentes. El mundo era más limpio que nunca, con contrastes claros y detalles por donde veía.
    Pero aún así habían cosas que no podía ver, como lo extraño de que por ser chico tenía que estar sentado hasta atrás. ¿Cómo ver ese tipo de cosas? En este caso no lo pude ver hasta leer el libro Genus: - om det stabilas föränderliga form (“Género: - sobre la forma cambiante de lo estable”), de Yvonne Hirdman. En el libro, la autora hizo un recorrido histórico sobre ideas sobre roles de género en Suecia, y sobre teorías feministas que las había visibilizado. Fue como salir de una tienda de lentes por primera vez.
    El problema de los lentes, como bien señalas, es que se tienen que cambiar de vez en cuando. Se desgastan, se pierden, o sencillamente pasan de moda. Pero a veces queremos tanto a nuestros lentes que no los queremos cambiar. Nos anclamos a los lentes. A veces se usan por tanto tiempo que incluso empiezan a echar raíces alrededor de las orejas. Somos uno con nuestros lentes. Como si se tratara de un compromiso con unos lentes. Y empezamos a negar las razones de por qué no podemos ver lo que está escrito en el pizarrón. O no vemos que los hombres y las mujeres no son como son por naturaleza.
    Cuando nos damos cuenta de los rayones en nuestras micas, no es suficiente pulirlas. Hay que cambiarlas. Eso se puede decir de una forma más o menos amable, lo que puede facilitar o dificultar el proceso, pero si no se cambia, el riesgo por accidentes aumenta con cada día que pasa. Si, para tomar un ejemplo, vemos problemas mayores con un sistema económico, no me parece éticamente rechazable no considerar las consecuencias de la crítica, ni que fuera obligatorio presentar una solución. Para eso sirven los diálogos.
    De eso, para mí, se trata la criticidad. De vernos en el espejo todos los días, y preguntarnos si vemos claro todavía. De cuestionar las verdades acerca de un gato que nadie ha visto.
    Anclarnos a nuestros lentes de costumbre, por el otro lado, no es criticidad. Es compromiso. Pero si hemos visto los problemas, el compromiso se vuelve extraño. Empezamos a doblepensar, como los altos funcionarios del Gran Hermano, de la novela 1984 de George Orwell: sabemos que algo no es como la línea oficial dice que es, pero decimos que es así, porque pensamos que la línea oficial de todos modos es lo mejor. No por ser “cierta”, sino por los intereses de un cierto grupo.
    Nuestra historia y nuestra posible direccionalidad desde luego influyen en nuestras preguntas, en nuestras respuestas, y en nuestra disposición por cambiar o quedarnos con nuestra mirada. Las preguntas que haces me parecen importantes para crear y analizar lo que se dice y lo que se hace. Las respuestas nos pueden hacer hablar en algunos momentos y callar en otros. No quiero juzgar lo pertinente del silencio o la palabra en cada momento. Solamente hay que fijarse bien en la nitidez de la imagen la próxima vez que nos vemos en el espejo.

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  2. Lo que implica el ver, el no ver, el depender de lentes y las consecuencias de todas las anteriores; Reflexiones de un mediocampista.

    Desde chiquito me gustó el futbol. Tuve dos principales circunstancias que determinaron fuertemente la manera en que lo practicaba:

    La primera es el hecho de que mí papá me recomendaba muy efusivamente que no cabeceara el balón sino quería quedarme turulato por tanta pérdida de neuronas, cosa que me preocupaba bastante y resultó en que no aprendí a cabecear para nada.

    La segunda es el hecho de necesitar lentes. Lo mío era astigmatismo con un poco de miopia, osea que no veía ni cerca ni lejos. Lo de ver realmente no me importaba, sentía que lo hacía bien, me acostumbré a andar por el mundo sin lentes. El problema era cuando leía o fijaba mucho la vista, ahí si no usaba lentes era invadido por un dolor de cabeza de ese que te tumba. Entonces bueno, para leer y ver la tele los lentes no faltaban, pero pa cualquier actividad, sobre todo si era un deporte, se quedaban posando sobre la mesa.

    Así pues fue con el futbol. Me acostumbré a jugar sin lentes.

    Me fue bien, la armábamos chido, en la escuela y con los cuates. Se volvió parte importante de mi vida. Incluso una vez ganamos el torneo del pavo de mi escuela, una contienda entre equipos mixtos de los 3 grados de secundaria, trabajadores de la escuela y maestros, que se hacía a fin de año y en el que el ganador llevaba un pavo a su casa pa navidad.

    El futbol se convirtió entonces en una base muy importante para mi socialización. Como yo no veía bien, mi rango de acción era muy cercana y me acostumbre mucho a jugar viendo hacia abajo, un error según algunos de los entrenadores. Al no alzar tanto la mirada y tener un rango de acción muy concentrado, el portero nunca significo un enemigo directo, por lo que cuando me hallaba frente a él, en ese duelo decisivo, yo continuamente la cagaba. Eso me hizo acostumbrarme a jugar en el medio campo, posición en la que es necesaria la preocupación por el proceso del juego, por el fluir del equipo, a su comunicación. Creo que aquello influyó mucho mi forma de sentirme en grupo, mis preocupaciones hacia los demás. Eso me dio una necesidad constante de dialogo, de colaboración.

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  3. Reflexiones del medio campo

    “Pinche keniano”, me decían los demás cuando por fin regresaban de la vuelta que habíamos dado corriendo. Los kenianos ya habían empezado a dominar los maratones del mundo, y yo no me cansaba de correr en la cancha de futbol. De la portería había avanzado a la defensa, y ahora corría en el medio campo, en una posición defensiva, destructiva. Mi rol era impedir que el otro equipo lograra usar su jugador más técnico, que normalmente se encontraba en el medio campo, en una posición ofensiva. Tenía que tomar la pelota, y cambiar la jugada. Jugaba siempre al límite de las tarjetas amarillas. “Más fuerte”, me decía Celín, el entrenador de los porteros con quien iba y regresaba todos los días a los entrenamientos y los partidos. Gesticuló con su mano libre en el carro, y siguió en un sueco que pocos entendíamos, por su fuerte acento de español: “dale nada más a ese diablo. Tienes que leer a tu contrincante, y ahí le das, fuerte. Dale nada más a ese diablo”.

    Celín era un economista exiliado de Chile. En su apartamento me mostró una foto de un periódico chileno, donde aparecía al lado de Salvador Allende en una minera. Huyó de Chile envuelto en una bandera mexicana, y llegó a Iztapalapa, en la ciudad de México, junto con su esposa. De ahí se fueron a Alemania del Este con la promesa de recibir un entrenamiento para poder retomar el poder en Chile. Pero de repente se encontraban trabajando en una fábrica, peor que en el mundo capitalista, decía. A Celín lo perseguía la policía secreta. No recibió nada de entrenamiento, y luego le ordenaron que entrenara el equipo de futbol de la fábrica. “Esos diablos de alemanes, son tan cuadrados que se rasgan el cachete pasando el brazo por encima del cráneo. ¡Así!”, me decía, mostrando con su brazo libre el movimiento. Lograron salirse de Alemania con documentos falsos, volaron a Rumania, pasaron por una España franquista, y llegaron a Portugal poco antes del golpe de estado. Otra vez se vieron obligados a huir, y llegaron a Suecia, donde Celín empezó a trabajar como hombre de limpieza, lejos de la lucha armada en contra de Pinochet.

    Yo llegué a Chile casi diez años más tarde, a un Santiago muy distinto del Santiago de mi imaginación. Me fui a la Moneda, el palacio presidencial que había sido bombardeado el día del golpe. Vi los lentes rotos de Salvador Allende que estaban en un museo. Y me acordé de Celín, del futbol, y cómo durante mucho tiempo había pensado que las instrucciones que me daba fueron pensadas para la cancha.

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