lunes, 14 de mayo de 2012

La importancia de privilegiar el proceso al resultado o de ver al proceso mismo como un resultado

Hace unos meses les compartía una reflexión producto de sumergirme profundamente en esos lugares perdidos de mi memoria, sobre cómo la vista había moldeado mi forma de jugar futbol o de cómo mi forma de ver y ser, había influenciado mi manera de jugar, de ver y de relacionarme con los demás.

Hablé del medio campo, su importancia para mí y la perspectiva con la que lo abordaba, de algunas de las cosas que considero moldearon mi manera de ver el juego en equipo y la manera en que desde entonces lo asumo; mi necesidad de estar al pendiente de la comunicación, del diálogo, de la colaboración. Pero al contarles, parecería que hablaba del futbol en términos generales y pasé por alto la especificidad de ese nuestro jugar futbol en ese entonces y lo que implicaba para nosotres (1) en su momento.

Comenzamos en eso de la pamboleada cuando éramos chavos y chavas de primaria, cuando entre otras cosas íbamos tratando de entender el mundo y como se construyen las relaciones sociales, cuando todo antes que nada era aprendizaje Ahora que hago memoria, como equipo de la escuela la verdad no éramos tan buenos, si se piensa en términos de partidos ganados y demases, una manera “normal” de pensar en costumbre a esa forma indolente de valorar las cosas siempre desde el éxito y la eficiencia, en esa dicotomía trastocadora de todo, definida por el winner o looser. Sinceramente perdíamos la mayoría de los juegos contra otras escuelas, por lo menos así fue al principio. Pero había algo que nos caracterizaba como equipo, el hecho de que siempre estábamos pendientes de intentar sacar algún aprendizaje de cada partido, de ver cómo es que entre nosotros podía darse una mejor relación de equipo.

No sé si fue ñoñéz y una reacción de acostumbrarnos a perder (muchos podrían verlo así e incluso recriminarmos por ello) pero nos entró muy hondo esa idea de que lo importante era jugar, no ganar; veíamos más allá del resultado, nos importaba también el proceso y poco a poco para nosotres comenzó a ser en sí el proceso gran parte del resultado. Nos divertíamos, lo disfrutábamos. Eso por otro lado empezó a rendir sus propios frutos en una mayor integración en equipo, en que nos conociéramos más, nos relacionáramos mejor, y ¡oh sorpresa! terminó también por traer victorias.

Me vino esta reflexión a la cabeza el otro día que el compa Elf nos vino a dar taller de meditación a koman. Pa ponerlo en términos de como nos hemos acostumbrado a pensar, la tarea era lograr poner toda nuestra atención en la respiración sin dejar que la mente divagara en pensamientos involuntarios, lograr relajadamente centrar toda la atención solamente en una cosa. El reto era llegar así a 21 respiraciones seguidas COMPLETAMENTE ATENTO si te distraías tenías que volver a empezar. Uno podía optar por centrar su voluntad en lograr el cometido, si era así, parecía muy sencillo pasar por alto alguna que otra desviación de atención, un pequeño lujito que nos permitíamos en pos de conseguir el objetivo.

¿Pero de qué se trata, de llegar a 21 y poder decir que soy un chingón meditando, o de realmente aprender a concentrarse en pos de algo que va más allá? Pareciera que a veces tenemos nuestras prioridades un poco confundidas.

En mi opinión, cuando centramos nuestra atención tan solo en el resultado es muy fácil anular por completo el proceso, el camino que lo lleva, las relaciones que se construyen para lograrlo, liquidamos gran parte de lo que somos como humanos, como seres senti-pensantes, en pos de una lógica en la que el fin justifica los medios.

Lo importante es saber que necesitamos paciencia y formas más sutiles de “caer en cuenta”, de crear. Todo tiene sus tiempos y ciclicidades, sus modos. No importa sólo el qué hacer, sino en gran parte el cómo se hace; el proceso mediante el cual a cada paso moldeamos el camino que trazamos al andar. Como bien nos decía el Elf mientras discutíamos esta cuestión “la experiencia revela a cada instante la naturaleza de la mente (cómo en realidad somos) el camino y el fin son inseparables, son sólo distintos nombres de lo mismo, diferentes partes de un mismo engranaje”.

En fin (¿y en medio?), como decía Einstein (palabras más, palabras menos) No puedes esperar resultados distintos si siempre haces lo mismo.

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1: Nótese que vuelvo a usar esa problemática forma de incluir a hombres y mujeres en un “nosotros”, pero por casualidades de la vida, quizá porque en mi escuela los grupos eran muy pequeños y costaba trabajo acompletar los equipos, o quizá porque algunas de mis compañeras simplemente “no se dejaban”, desde pequeños nos acostumbramos a jugar en equipos mixtos.

miércoles, 2 de mayo de 2012

El silencio y la crítica


Tal vez sea una extraña enfermedad académica, o tal vez un logro meditativo importante, un “mindfulness” incorporado. Pero al leer las críticas de Xochitl a mi trabajo en el coloquio donde presenté los avances de tesis, me sentí muy alegre. Y más en las ironías, que, si lo he entendido bien, son parte de la “crítica indolente”.

Tal vez tenga que ver con una duda que me ha surgido acerca de la utilidad de la crítica. Estaba pensando que tal vez sea muy fácil decir que la crítica es un regalo - si lo das. Pero ¿qué tal si al recibirla, más bien se percibe como un golpe en el estómago? Parte de mi alegría creo surgí de eso, de sentir que la recibí como un gran regalo. Como una pieza de oro. Tal vez incluso me dio esperanza para momentos mucho más difíciles de la vida, como si la manera de recibir críticas se podría traducir en eventos amargos que se podrían vivir con una sonrisa. Como si me estuviera observando desde afuera, viendo los sentimientos, pensando en cómo se producen y por qué, y viendo cómo crecen las ideas, cómo surge el cambio con la “crisis”, pero también pensando en la procedencia y la motivación de las críticas. Una meditación activa.

También me puse contento por el silencio. Por no sentir la necesidad de responder inmediatamente, aparte de la necesidad de agradecer el interés, el oído. En un contexto donde la propia voz tiene que sonar, y alto – es decir, en el contexto académico - ¿quién tiene el oído? Como si Zenón de verdad hubiera pasado de moda, con su idea desfasada de que  “tenemos dos orejas y una sola boca justamente para escuchar más y hablar menos”. (Había ya borrado una referencia anterior al estoicismo, pero regresa. Tiene un sonido negativo ahora, el estoicismo, por estar ligado a una idea de control sobre los sentimientos. Yo lo quisiera entender más en el sentido de poder darse cuenta de los propios sentimientos y su contexto, que no es lo mismo que el control). 

Para escuchar, es más sencillo si uno está en silencio. Lo mismo si se quiere, además, entender lo que se ha escuchado.

Creo que eso es un aprendizaje importante, que re-aprendí de Xochitl en combinación con un debate extraño y - para ser franco - poco interesante, que producimos entre Valentín y yo; en ese debate el silencio no encontró un lugar, la palabra no encontró ninguna pausa. Como una pieza de música solamente de tonos, letras sin los espacios blancos necesarios para poder ver su forma.

El silencio. Sin el silencio parece que la crítica pierde el sentido.